12 octubre 2017

La Comunidad

Me llamo María y nací en el verano de 1983 en una sala del centro de curación (Módulo 3, Pasillo 6, Habitación 361).


Mi infancia la pasé al lado de mi madre, Elena. Vivíamos en una pequeña habitación (Módulo 2, Pasillo 1, Habitación 219). Fui la primera niña que tuvo mi madre, aunque no la única. Nuestra habitación era la del final del pasillo. En ella había dos camas, una mesa y una silla. Las dos pequeñas ventanas que rozaban el techo permitían la entrada de claridad, pero no podíamos observar el exterior con facilidad, ya que para ello teníamos que subirnos a la silla. Aquel era nuestro hogar desde la meditación hasta el alba, cuando nos incorporábamos a nuestras tareas. Mi rutina de mañana eran las clases de enseñanza básica, donde aprendí a leer, escribir, sumar, restar, etc. Allí pasaba el tiempo con el resto de mis hermanas, las cuales todas vestíamos igual, camisa blanca y falda negra. Al finalizar nuestras lecciones, nos reuníamos en el comedor principal (Módulo 1). Por la tarde nos uníamos a uno de los grupos de trabajo. No llevábamos la carga de trabajo ni teníamos la misma responsabilidad, pero era como una especie de prueba para ver donde mejor encajaríamos en un futuro. Estaba el grupo de las cocineras, campesinas, profesoras, limpiadoras, cuidadoras, reparadoras y costureras - lavanderas (a éste último pertenecía mi madre). Al principio no sabía en qué grupo encajaría, pero deseaba estar en el mismo que Sofía, que era mi hermana más cercana, con la que lo compartía todo.




Cuando cumplí los nueve años mi madre tuvo otra niña y la llamó Alba. La habitación 219 en el Módulo 2, Pasillo 1 se nos hacía pequeña. Resultado de imagen de habitación barracón


A los doce años me trasladaron al Módulo 1, Pasillo 5, Habitación 158. Mi nuevo espacio era más pequeño que el que compartía con mi madre y Alba, pero era únicamente para mí. Misma distribución, salvo que esta vez solamente había una cama. Mis rutinas empezaron a ser diferentes. Por las mañanas tenía clase de economía y matemáticas y por las tardes me daban nuevamente clase de cálculo, quedando exenta de los grupos. Me sentía muy sola sin mi madre y Alba y sobre todo echaba de menos a Sofía. Ella no había destacado claramente en ninguna habilidad, pero era muy bonita, por lo que fue trasladada a la residencia principal, donde estaba él. Mis días se hicieron muy tristes. Prácticamente me tenían aislada, incluso había días en los que mi anciana profesora acudía a transmitirme mis enseñanzas en mi propia habitación, y solamente salía de la misma durante la meditación diaria y el día de la luz.


Una mañana soleada del verano del año 2001 mi rutina se vio alterada. Fui llamada a presentarme en la residencia principal, ya que él requería mi presencia. Era un hombre delgado y no muy alto, de pelo canoso y grandes ojos negros que me recordaron a los míos. Me dijo que había sido informado de mis habilidades y que quería que le ayudase a llevar la administración de la comunidad. No podía negarme, ya que se trataba de un gran honor.

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Cada vez pasaba más tiempo en la residencia principal. Era una edificación de piedra de tres plantas, con grandes ventanales. Yo solamente me movía por la planta baja, donde me habían habilitado un pequeño rincón donde tenía una pequeña mesa adyacente al estudio de él. La segunda planta estaba llena de habitaciones y la tercera era donde residía nuestro líder. Mi tarea consistía en llevar recuento de las personas que nacían y fallecían, las cosechas, etc. Un día me llevaron al Módulo 8. Allí era donde estaban los chicos. Tenía que observar las pruebas físicas que realizaban para crear unas estadísticas de rendimiento. Me habían encomendado la tarea de salir de la comunidad para hacer una serie de negocios con otras comunidades vecinas, y uno de los chicos me acompañaría. En cuanto nos presentaron enseguida tuvimos afinidad, lo cual me alegró enormemente, ya que me sentía incómoda con la presencia de los hombres, dado que no estaba acostumbrada a ella.


Diez días más tarde dejamos la comunidad. Había un largo recorrido en coche hasta la gran verja que nos aislaba. Yo había bajado la ventanilla para dejar que el fresco viento me acariciara la frente, despeinando mi flequillo. Por una vez en mi vida me sentía fresca, viva, nueva, era una sensación extraña pero muy estimulante. Observé que mi acompañante tenía una amplia sonrisa en su rostro y supe que al él le estaba pasando lo mismo. Era esa sensación con lo desconocido que tanto nos intrigaba. ¿Cómo serían las otras comunidades? ¿Cómo serían sus integrantes? ¿Cómo serían sus vestimentas? ¿Como serían sus vidas?…


A pocos metros de la salida del recinto que delimitaba nuestra comunidad nos encontramos una mujer tirada en el borde del camino, su cabello plateado reflejaba los rayos del sol como si de un espejo se tratara. Miré a mi compañero asustada, ya que parecía que estaba inerte, sin vida. Decidimos bajar a auxiliarla. Me acerqué a ella sigilosamente, rocé suavemente una de sus manos y la mujer se movió. Me alegré de que no estuviera muerta. Abrió los ojos y me miró sonriendo y pronunció unas palabras que hicieron que todo mi universo se agitara. Con un hilo de voz dijo: “Elena, hija, eres tú. Llevo muchos años esperando a que abandonaras esa maldita secta y por fin volvieras a casa”.

2 comentarios:

  1. Un relato interesante donde muestras a una niña que prácticamente cree que toda su vida pertenece a ese lugar, sin darse cuenta de que afuera estaba su verdadera madre buscándola.

    Muy buen relato, me ha gustado.

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    1. Hola, me alegro que te haya gustado.
      Muchas gracias por tu comentario.
      Biquiños.

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