10 agosto 2018

La noche estrellada

Aquella noche las estrellas brillaban en el cielo, pero al haber luna nueva hacía que no fuese una típica noche clara de verano. Cristina estaba en su casa como venía haciendo durante los últimos meses. Cada vez las cosas le habían ido peor. Después de un divorcio traumático tuvo que vivir sola, ya que no tenía buena relación con su familia y había perdido el trabajo de cajera en el supermercado hacía dos meses.
Oyó voces en la calle y se asomó a la ventana. Allí estaba Javi, el nieto de doña Leonor, besándose con una morena a la que reconoció como una de las chicas del pueblo. De repente su abuela apareció en camisón estropeándoles el momento.
—Bonsai, ¿dónde estás mi amorcito? ¡Ven con mamá, Bonsai!
—Abuela, vamos para casa, joder.
Allí estaba aquella vieja loca buscando a su gato de nuevo. Aquel maldito gato escapaba constantemente, y una o dos veces por la semana era la misma cantinela, doña Leonor buscándolo desesperada. Javi y la chica acompañaron a su abuela hacia el interior del edificio mientras ella se resistía a abandonar la búsqueda del gato.





Cristina decidió asomarse a la ventana a fumarse un cigarrillo. A los pocos minutos observó el Volvo azul oscuro de Arturo, el vecino de la segunda planta, acercarse por la calle y entrar en el garaje. Apuró las últimas caladas y se dirigió a la cocina. Desde allí pudo oír otra de las múltiples discusiones entre Félix, el gordo del tercero y Ramón, que era su extraño vecino de puerta con puerta en el cuarto piso; y puso los ojos en blanco. Ya estaba harta de todos los días la misma cantinela. Ramón era radioaficionado y había instalado una antena en el tejado que de vez en cuando hacía interferencias. Esto fastidiaba constantemente a Félix que se pasaba el día viendo la televisión y en internet haciendo Dios sabe qué.
Y así pasaban los eternos días en su actual y monótona vida.

La semana había sido larga y otro día comenzaba para Cristina, otras veinticuatro horas a las que enfrentarse. En su bloque de edificios muchos habían viajado a la costa para disfrutar de las vacaciones. Ella solía hacerlo, pero este año había sido imposible, ya que su economía no estaba para echar cohetes.
Las horas pasaban lentamente sin tener ninguna actividad en que ocuparlas; y después estaba aquel maldito calor. Había mirado la temperatura en la app de su móvil y los 46ºC que marcaba la pantalla la habían convencido de quedarse nuevamente en casa aquella tarde. Se sentó en el sofá, justo debajo del ventilador. Cogió una de las revistas que había encima de la mesa y tras pasar tres páginas la lanzó con desgana de nuevo en la mesa porque ya la había leído. Tenía también una libreta de sopa de letras, pero le daba pereza ponerse a buscar palabras, aquel calor le nublaba la mente. Así que optó por encender la televisión. Cambió de forma compulsiva de canal, nada de lo que echaban le convencía: estaba el programa de cotilleos donde hablaban cansinamente de los amoríos de verano de la hija de la folclórica de turno; la película de la niñera que parecía perfecta y que finalmente era una psicópata obsesiva; otra reposición de serie de humor de los ochenta; nada que le convenciera. Decidió poner el canal de noticias. Hablaban del tema repetitivo del verano: la sequía. Había sido un año muy seco y la olas de calor que acompañaban no ayudaban nada. Después pasaron a dar la noticia de varios festivales veraniegos abarrotados de giris y drogas. Incendios forestales. Ocupación hotelera. Pero finalmente dieron una noticia que llamó su atención. Cristina subió el volumen de su aparato mientras mordisqueaba un resto de tableta de chocolate que había rescatado del fondo de la nevera. Se trataba de una chica desaparecida. La voz de la presentadora sonó alta y clara:
«Sin rastro del paradero de Estrella Naharro. A la joven se le perdió la pista cuando regresaba de una fiesta en Olmas, un pequeño pueblo de la sierra. Hay varias líneas de investigación abiertas, incluida la de que podría haber sido atacada por un hombre que se encontraba presente en la fiesta esa noche. Hipótesis que cobra fuerza con testimonios de chicas que afirman haber pasado por situaciones similares esa misma noche…»
«…La descripción de la desaparecida es la siguiente: mujer de 20 años, de metro sesenta, con pelo largo negro y rizado y vestía la última vez que se la vio pantalón vaquero, camiseta rosa de tiras, zapatillas deportivas con cordones fucsia y pendientes de perla dorados. La Policía Local ha pedido a la ciudadanía que en caso de tener algún indicio de su paradero se comunique a cualquiera de los cuerpos de seguridad o al teléfono de emergencias 112».
Cristina se quedó helada al escuchar la noticia. Ella conocía a la chica, puesto que eran del mismo pueblo, Olmas. Era la chica que hacía una semana estaba besuqueándose con el nieto de doña Leonor.



No podía sacarse de la cabeza lo que acababa de oír en las noticias. Ella había visto a la chica la noche que desapareció. Se planteó que debería hablar con la policía, decirles lo que había visto aquella noche hacía una semana. Estaba inquieta, su cabeza no paraba de dar vueltas. No podía ir a la policía con esa información tan escasa, seguro que se reirían de ella. Además, probablemente ya sabrían que Estrella había estado con Javi. Decidió que tenía que salir de casa. Habían pasado las horas y parecía que el calor empezaba a dar tregua. Se dirigió al supermercado, su antiguo lugar de trabajo, que estaba a apenas dos calles. Cuando llegó había carteles con la fotografía de Estrella en la puerta principal. Había uno en concreto a tamaño real que le daba escalofríos, ya que al ponerse en frente de él tuvo la sensación de que la chica la miraba fijamente. Entró en el edificio, cogió un cesto y se puso a recorrer los pasillos llenándolo con productos al azar, sin poder quitarse el asunto de la cabeza. Sentía que tenía que hacer algo, no podía quedarse de brazos cruzados, no podía ser pasiva en este caso.
Volvió a casa ensimismada en sus pensamientos, cuando se encontró en el portal con doña Leonor. Estaba gritando como una loca. Cristina apoyó las bolsas de la compra en una esquina e intentó calmarla. Seguía buscando a su odioso gato albino como una pirada.
—Bonsai, ¿dónde estás? ¡Ven con mamá!
—Doña Leonor, tranquilícese, yo le ayudo a encontrarlo.
Buscaron en los alrededores del edificio, en la entrada a los garajes, en el tendedero, para al final encontrarlo dentro del cuarto de los interruptores eléctricos y las llaves de paso. Había dejado de ser blanco nuclear ya que su pelo estaba cubierto de polvo y mugre
—Ya estás con mamá, Bonsai. Ya pasó todo mi gatito bueno.
Unos pasos apresurados se oyen por la escalera. De repente apareció Javi, el nieto de doña Leonor con la cara roja por el esfuerzo.
—Vamos abuela, tenemos que irnos a casa. ¡Ya!, ostia —dijo nervioso.
—Bonsai, bonito. No dejaré que te haga nada —dijo abrazando al gato.
—¿Qué coño miras? —Dijo fulminando a Cristina con la mirada.
—Sólo intentaba ayudar a tu abuela.
—Métete en tus jodidos asuntos, puta entrometida —cogió a su abuela del brazo y la arrastró hacia el interior del edificio mientras la anciana no dejaba de decir estupideces sobre su asqueroso gato.
Cristina se quedó paralizada. Detestaba la mala educación de aquel chico y la forma en la que trataba a su abuela, aunque esta fuera difícil de llevar. Pero, ¿era capaz de matar? ¿Era un asesino? ¿Era el asesino de Estrella?. Decidió entra en el edificio por el garaje, ya que podía coger el ascensor allí y evitar volver a encontrarse con ellos.

La entrada al garaje era una rampa de escasa pendiente. La puerta automática se abría hacia un lateral. Entró lentamente debido a la carga de bolsas que llevaba, que no le permitían caminar tan ágilmente como desearía, aunque también estaban los kilos de más que había acumulado los últimos años.
Avanzó por uno de los pasillos mientras el portón se cerraba tras ella. La iluminación automática hizo que no se quedara a oscuras. Avanzó hacia donde estaba aparcado su coche y escuchó un sonido de roce. No estaba sola. Se quedó quieta y el sonido cesó. Después tuvo la siempre poco recomendable idea de preguntar.
—¿Quién anda ahí? —.Su voz temblaba.
—Cristina, ¿eres tú? —Sonó una voz profunda.
Cristina respiró tranquila. Había reconocido la voz y se dirigió hacia ella. A escasos metros se encontró con Arturo el del Volvo. Su pelo engominado apareció detrás de su coche hasta verle completamente. Tenía el maletero del coche abierto y al lado del coche había múltiples utensilios de limpieza y una botella de lejía. También podía ver dos bolsas de basura apoyadas en una columna.
—Hola —dijo Cristina tímidamente.
—Hola, ¿todo bien? —respondió Arturo guardando todos aquellos utensilios rápidamente en su coche.
—Si, voy a subir por el ascensor.

Arturo no le quitó el ojo de encima hasta que las puertas del ascensor se cerraron. Pensó en lo incómodo de la situación. ¿Qué es lo que estaba haciendo aquel estúpido prepotente? ¿Por qué se había puesto a guardar todo tan repentinamente? Todo aquello le daba escalofríos. Salió apresuradamente cuando las puertas se abrieron para dirigirse a su piso pero una de las bolsas se rompió y una naranja rodó hacia una esquina. Se agachó a cogerla y se percató que en una esquina había lo que parecía una gota de sangre. Se dirigió a su piso con el corazón a punto de explotar, dejó la compra encima de la mesa de la cocina, ya la colocaría más tarde, necesitaba tranquilizarse. Pasó el cerrojo a la puerta y se preparó una tila.
Pasados unos minutos consiguió serenarse. Decidió mantener su mente ocupada para no darle vueltas a lo que había visto en el garaje, a la sangre del ascensor. Se acordó que había dejado la lavadora puesta. Con tanto movimiento inesperado lo había olvidado por completo. Colocó la ropa húmeda en una tina azul, destinada a dichos menesteres. Se encaminó a lo alto del edificio azul con la tina apoyada en la cadera izquierda, hacia el tendedero comunal que estaba allí arriba. Llegó a su destino observó el cielo, el sol se ponía por el este y daba sus últimos destellos. Cristina vislumbró algo que brillaba a su izquierda, como un destello dorado. Miró deslumbrada y allí estaba la enorme antena de radioaficionado de Ramón, el rarito de en frente. Pero no era la antena lo que provocaba aquel destello dorado. Se acercó para ver de que se trataba. Allí había un pendiente, se trataba de una perla dorada.
Bajó inquieta a su piso. Se encontró a Félix enfrente de la puerta de Ramón de nuevo. Ambos discutían de nuevo.
—Yo no toqué tu mierda de antena, ya me tienes harto.
—Ha dejado de funcionar, esto no se va a quedar así, ¡sinvergüenza! —Dijo apretando los puños y los dientes.
Cristina nunca había visto a Ramón en una actitud tan agresiva. Parecía que al simpático de Félix le iba a salir cara la travesura. Pero, ¿por qué estaba tan nervioso Ramón? ¿Era solamente por la antena o Félix podía haber visto algo que no debía? ¿Que hacía aquel pendiente allí?

Cristina finalmente había entendido que tenía implicarse y llamar a la policía. No le cabía la menor duda de que Estrella está muerta y, alguien de ese edificio había sido el causante de tal atroz acto. Todos los indicios así lo decían: esa noche había estado en el edificio, el pelo negro en el gato albino, la sangre en el ascensor, el pendiente en el tejado…Marcó el número de emergencias con manos temblorosas, después de haber practicado la conversación en el espejo varias veces. Una voz sonó al otro lado de la línea y finalmente la citaron para tomarle declaración esa misma tarde en la comisaría.

Volvió a casa satisfecha, había hecho lo correcto. Había sido muy valiente todo el tiempo, pero el asunto no había finalizado, el asesino todavía estaba suelto.

Pasadas tres horas, dos coches se acercaron al edificio, y Cristina observó la escena desde la ventana de su salón. A los quince minutos bajaron con Arturo, lo sentaron en el asiento trasero del coche y se lo llevaron. Se sentó en el sofá y se sirvió una copa de vino y repasó mentalmente lo que había sucedido aquella noche y días posteriores, detalle por detalle.
«Cristina había reconocido a Estrella desde su ventana besuqueándose con el gilipollas del nieto de la vieja loca del primero. Allí estaba aquella zorra, frotándose con el tonto de turno. Era la misma que meses atrás había encontrado comiéndole la boca a su marido, la que había roto su relación. Poco después la vieja los interrumpió buscando al gato. Al tiempo Arturo, el prepotente engominado del Volvo llegaba en su coche. Cómo lo odiaba, se creía tan superior, tanto intelectual como moralmente, que no podía odiarlo más. Además estaba esa hipocresía, ya que ella sabía de dónde venía, del club de las afueras, borracho y con unos cuantos euros menos en el bolsillo. Félix y Ramón discutiendo, para variar. Decidió subir al tendedero comunal a ver si oía algo más y al llegar allí se encontró con Estrella que estaba buscando al gato. Discutieron, llegaron a las manos, forcejearon y Cristina la agarró de los pelos mientras el gato albino las observaba. Estrella consiguió escapar y se metió en el ascensor pero Cristina consiguió hacerlo tras de ella, y dándole un bofetón para que se callara y no gritara, haciendo que le sangrara la nariz, goteándole la camiseta. Bajaron hasta el garaje. Cristina la agarró de los pelos, tenía que pensar rápido y la arrastró hacia el Volvo; con lo borracho que venía hoy su dueño había muchas posibilidades de que quedara abierto, y en efecto así era. Abrió el maletero y metió a Estrella dentro, la golpeó en la cabeza con el pequeño extintor que había a un lado del mismo, y allí la dejó inerte. Cerró el maletero y se fue a su casa sin que nadie la viera…»

Allí sentada en su sofá, Cristina saboreaba el vino con una sonrisa en sus labios.

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